Lunes 28 de mayo de
2012 | Publicado en edición impresa
La cuestión no es despenalizar
Mientras estaba en las villas, hace un par de años, los
periodistas me pedían mi opinión acerca de la despenalización del consumo de
drogas. Les comentaba que me parecía que se trataba simplemente de la última
página de un libro y que primero había que tratar de llenar las páginas
anteriores con la búsqueda de una sociedad más equitativa, para que los jóvenes
más pobres y marginales fueran accediendo al sistema y pudieran ejercer su
supuesta libertad de elección.
En
la actualidad, vemos que desde posturas científicas serias, que trabajan a
partir de las evidencias, se afirma una posición favorable y otra contraria a
la despenalización. La realidad es que no podemos mirar el ejemplo de Portugal
-que despenalizó el consumo personal hace más de diez años- y su camino de
reducción de la demanda y compararlo sin más con realidades tan comunes en la Argentina como las que
se viven en las villas de emergencia, partidos del conurbano bonaerense como La Matanza o el monte
santiagueño, por ejemplo. Sería un despropósito y no deja de ser un argumento
falaz.
En
charlas con peritos de diferentes países, he constatado que ni la guerra contra
las drogas ni la legalización de ellas responden o dan una solución y, menos, a
los sectores más empobrecidos. Aun países desarrollados están todavía en un
tiempo de análisis y búsqueda.
Las
posturas científicas, como también cualquier otro análisis, deben tener en
cuenta a los más pobres: tanto en su opinión como en el impacto en ellos de las
medidas diseñadas. Allí está el verdadero progresismo social.
En
este debate en el que sólo participa una pequeña parte de la nación no puedo
dejar de tener presente los ojos de los niños y jóvenes de las villas de
emergencia, parte de esta Argentina profunda donde viví tantos años de mi vida.
En
esas discusiones escucho hablar sobre "la libertad de elección del
consumidor" y en ese preciso momento vienen a mi mente las historias de
tantos jóvenes de la villa "excluidos" de la sociedad. Ellos, por
supuesto, no conocen el "uso recreativo de las drogas", porque no
tienen las posibilidades de una vida acomodada o de inclusión.
Más
bien tendríamos que preguntarnos si en ese contexto de pobreza y marginalidad
en el que viven los niños y jóvenes en villas y barriadas pobres se puede
hablar de libertad de elección en el consumidor. Habría que preguntarse si no
estamos agregando a la vida de estos hermanos más pobres un problema que
después no vamos a ayudar a resolver.
En
la Argentina ,
lo que quizás es recreativo para un joven de clase media o alta se torna fatal
en los ambientes pobres y marginales. Es necesario comprender que la
vulnerabilidad social aumenta cuando no hay oportunidades de inclusión real; y
que, a mayor vulnerabilidad, la brecha entre el consumo recreativo y el consumo
problemático se acorta dramáticamente. El joven pobre no tiene de dónde asirse,
porque vive la fragilidad en lo escolar, en lo laboral y lo sanitario; en
consecuencia, un simple consumo de porro tiende a arraigarse más rápido y con
mayor fuerza.
Es
necesario que antes de hablar de despenalizar se implemente un programa
preventivo en las escuelas, que existan centros barriales -como el Hogar de
Cristo, presente en las villas 21, 31 y 1-11-14 de Buenos Aires-, y proyectos
de inclusión en salud, trabajo y vivienda.
Creo
fervientemente que no se debe criminalizar al adicto. Junto a mis compañeros
sacerdotes villeros tenemos una vida comprometida en esta causa que nos avala.
Son miles los adolescentes y jóvenes que han pasado por nuestros programas de
prevención y recuperación en la villa 21; cada uno con sus ilusiones, sus metas
por alcanzar en la vida en un medio tan adverso. Hemos conocido a muchísimos
chicos adictos que luchan por estar bien, por superar la adicción que les
impide experimentar la paz y la felicidad. Hay quienes recaen y se vuelven a
levantar por esa luz de esperanza que guardan en su corazón. También hemos
acompañado a otros en el duro momento de la privación de la libertad porque
cometieron algún delito bajo los efectos de la droga, y hemos despedido con
tristeza, en el cementerio de Flores, los restos de muchos que murieron por la
droga.
El
Estado tiene una deuda social muy grande con estos chicos que padecen estado de
abandono en la calle, tuberculosis y sida, desamparo escolar y, sin embargo,
pueden acceder a las armas y a la droga con una facilidad extraordinaria.
Coincidimos
con los que afirman que la adicción es una enfermedad.
Este
planteo ayuda a ubicar al adicto en un lugar más justo y a no criminalizarlo.
Esta mirada positiva tiene, sin embargo, un largo camino de ejecución para que
los adictos más pobres puedan acceder al sistema sanitario, que, además, está
colapsado y no se encuentra preparado para desintoxicarlos y asistirlos.
Si
alcanzara con un tratamiento convencional, bastaría con que el Estado otorgara
mayor cantidad de becas para internación. Pero el desafío que el paco nos
presenta nos obliga a ser mucho más creativos y a entender que este proceso de
inclusión llevará muchos años.
Qué
decir de los changuitos que en los pueblos del interior no cuentan con
servicios médicos básicos, como psiquiatras y psicólogos, y deben trasladarse a
la ciudad capital para ser atendidos aun cuando allí tampoco existen lugares a
los que los profesionales puedan derivarlos.
Desde
el año pasado he recorrido muchas ciudades de la provincia de Santiago del
Estero, donde vivo actualmente. He sido invitado por intendencias, consejos
deliberantes, escuelas y diferentes organismos no gubernamentales para dar
charlas sobre mi experiencia en la villa de Barracas y he visto que padres,
docentes y autoridades tienen la misma preocupación: qué hacer ante la dura
realidad de que en sus pagos hay adolescentes que se drogan.
Miran
la marihuana, o cualquier otra droga, como una novedosa propuesta negativa para
la vida. Frente a esta "novedad" y buscando caminos de superación,
quedan azorados cuando ven por los medios televisivos que en Buenos Aires se
hacen marchas y se discute la despenalización del consumo de drogas.
Les
parece un debate de otro país. Quizá querrían decir algo; pero este tema no se
abrió para charlarlo en las escuelas ni se profundizó en el interior de nuestra
patria. A veces los habitantes de las megaciudades creen representar a toda la Argentina en sus
debates, pero debemos darnos cuenta de que, por su gran riqueza regional e
histórico-cultural, nuestro país es mucho más grande que nuestras ideas.
¿Alguna
vez nos animaremos a cotejar nuestras opiniones con todos los argentinos
convencidos de que la opinión del otro puede aportar algo de verdad, y sin
pensar que todo diálogo es un Boca-River?
En fin, lo más urgente es ocuparnos como sociedad
de los primeros capítulos de ese libro imaginario, en los que todos podemos
aportar algo positivo para disminuir la brecha social entre jóvenes que tienen
al alcance de su mano lo suficiente para una vida digna y otros que están
sumergidos en la más cruel marginalidad. © La Nacion.