miércoles, 15 de junio de 2011

Hna. María Angélica Nan

Cuando muere una hermana, en nuestra congregación se escribe una carta, contando sobre su vida, para que la conozcamos en el mundo entero. Ésta es un poco larga, pero creo que vale la pena leerla, para el que se anime, ya que es un muy lindo testimonio:

JHS

Para todas las hermanas.
Queridas hermanas,

El 5 de enero, pocos minutos antes de la fiesta de la Epifanía del Señor, la H. María Angélica Nan, partía hacia la casa del Padre. El 4 de febrero hubiera cumplido 107 años. Llevaba más de ochenta en la Congregación, y hasta pocos meses antes de su muerte, hizo vida comunitaria, como las demás. Todo en ella fue “grande”: su edad, su físico, su corazón, el aprecio de los demás, el entusiasmo que siempre tuvo por poner a Cristo a la adoración de los pueblos, su acción de gracias continua, la misión que el Instituto le confió a lo largo de su vida, que incluyó muchos años en diver-sos países, y varias fundaciones.

Angélica nació en una familia muy cristiana:

“… El ambiente familiar, la oración que juntos hacían cada día mis padres y sobre todo al ver con frecuencia a papá de rodillas, recogido, casi inmóvil en oración silenciosa ante el santísimo sacramento, ha influido sin darme cuenta en mi vocación eucarística. En mi infancia veía a mi padre como un ser superior: grande, fuerte, capaz de cualquier cosa, sabía responder todo lo que le preguntábamos sin vacilar, y al verlo cada día de rodillas, yo pensaba: qué grande es Dios para que él se haga tan chico en su presencia…”

Desde pequeña cultivó el amor a Jesús Eucaristía,

…” empecé a comulgar diariamente y visitarlo en el sagrario para acompañarlo en las horas en que me parecía estaba más solo…”
Participaba en la celebración del Corpus y disfrutaba al ver que muchos se acercaban a Jesús Eucaristía. Un jesuita le hizo conocer las Esclavas… “al entrar por primera vez en la capilla y ver las religiosas en adoración, empecé a pensar seriamente en consagrarme a Jesús allí para adorarlo y vivir sólo para El.
Cinco años más tarde, “entré al Noviciado después de vencer no pocas dudas y luchas”.

Todavía no había noviciado en Argentina. Contaba que se embarcó el día del cumpleaños de su ma-dre, y el 5 de julio de 1930 entró al postulantado en Roma, en Monte Mario, y en Valperga hizo su profesión temporal el 24 de diciembre de 1932.

Su vida transcurrió en muy diversos países. Su primer destino fue Ciampino, como enfermera, después Belgrano, donde logró que se oficializara la enseñanza secundaria, siendo de votos temporales, y como Prefecta de Estudios en el Colegio. Después de su profesión fue destinada a Cochabamba, como Prefecta de Estudios y Superiora. Fue enviada a fundar a Panamá, y luego a Estados Unidos, como Vice Provincial. Fundó dos casas, se creó la Provincia de Estados Unidos, y ella fue la primera Provincial. Había llegado casi sin saber inglés, pero con su capacidad de sintonía y con esfuerzo, logró una buena comunicación. Volvió a Cochabamba, y después fundó Oruro, don-de fue superiora seis años, y luego Santa Cruz de la Sierra, donde también fue Superiora seis años. Para estas empresas contaba con dones humanos pero también con una fe encendida y con la con-fianza de la M. Cristina Estrada. Tengamos en cuenta la gran lentitud de las comunicaciones en esos tiempos. Tuvo que ser muy libre y fiel en la obediencia y capaz de arriesgar. A los setenta y cuatro años volvió a la Argentina, donde estuvo trabajando activamente con las Comunidades Cristianas (CVX). En el ínterin fue enviada a Montevideo con la misión de transformar el edificio del Colegio en Casa de Ejercicios, y mejorar la de la comunidad. En sus palabras, esta misión “…surgió como hija no deseada”. Y sin embargo emprendió este deseo de Dios como si hubiera salido de ella.

Tenía mucha capacidad de adaptarse a las diversas circunstancias, culturas y personas. Mantenía correspondencia con muchas de las personas con las que había trabajado. Era sólida y valo-raba lo recibido, y a la vez abierta a lo nuevo, siempre animando a formarse mejor para prestar un mejor servicio a los demás. Aunque decía que hasta los setenta años no había experimentado el can-sancio – siempre era la primera en trabajar y la última en retirarse, por la salud y fuerzas extraordina-rias que tenía – sabía cuidar a las hermanas y no dejarlas agotarse, cuando el trabajo podía ser exce-sivo. De esto daban testimonio las que la tuvieron como Superiora, sobre todo en lugares como Oru-ro, donde el frío y la altura cuestan mucho.

Cuando cumplió 90 años escribió:

“HE PASADO DEL ¡¡SÍ!! AL ¡¡GRACIAS!!
…¡¡Cuánta gracia y regalo del Señor!! Quiero compartir con todas la alegría que me da Dios al llegar a esta altura y sentir tan vivo el cariño de todos: comunidad, familia, C.V.X., amistades. Hoy quiero dar gracias a cada uno por tanto afecto… Quiero compartir con todos el gozo que experimento por tanto como el Señor me ha regalado a lo largo de toda mi vida. Las invito a dar gracias conmigo por tanto bien, por tanto amor.
En esta última temporada he pasado del ¡Sí! al ¡Gracias! Algo así como una continua resonan-cia interior de mi gratitud.
El me convocó temprano para vivir en su casa… lo hice esperar con mil excusas, pero El ven-ció. “Me sedujo y yo me dejé seducir”…Me mandó a anunciar su palabra, a gritar su amor, a reparar, a exponerlo a la adoración… entendía poco, pero dije “sí”.

“Tuve la gracia de vivir a gusto en todas partes, como en mi propia casa… di y recibí cariño y amistad, amé otras tierras que fueron mi tierra, otras gentes que fueron mi gente… Hubo de to-do: ratos de ansiedad, mezclados con alegría; pobreza y bienestar; momentos de duda, seguidos de paz; oscuridad completa cruzada por relámpagos de fe, días grises sin ganas de rezar como si un frío se metiera por los pasadizos del alma queriendo congelar todo entusiasmo; lo peor fue sentir la soledad teniendo que animar a otras que también la sentían. En fin, todo pasó. “Dios fue mi fortaleza”. El triunfó y perdonó mis dudas, tropiezos y altibajos. A cambio me regaló consuelos inefables, como el “exponerlo a la adoración de su pueblo” donde me mandaron. Se me confió el abrir casa y Colegios: Panamá, Haverford, Baltimore, Muyurina, Oruro, Santa Cruz de la Sierra… Cada sagrario que se abría, cada manifestación del Señor fue un florecer primaveral, una fuente de vida y esperanza, un gozo emocionado temblando en el fondo del alma.

“También fue regalo grande del Señor permitirme trabajar a nivel local y nacional en “Fe y alegría” en Bolivia, desde su fundación. Obra dedicada a los más pobres y carenciados, a quie-nes di mi cariño y comprensión, al notarlos sedientos de amor, más que de bienes materiales. El compartir día a día con ellos me dio más de lo que yo supe darles. Admiré su respetuoso silen-cio al recibir el mensaje de salvación… su crecer en la fe, su buscar con ansias las fuentes de la GRACIA, me dieron muchas oportunidades de levantar mi brazo y, al decir: “Yo te bautizo en el nombre…” me estremecía al correr sobre cabecitas moribundas el agua regeneradora, y abrirles las puertas del Reino… esas fueron alegrías profundas.
“ Estas son pinceladas de lo mucho vivido, sufrido, y gozado en mi largo caminar por los jardines del Señor. Relatar otras experiencias vividas en Panamá, que surgió como quien dice de la nada; de Estados Unidos con la creación de la Provincia, y apertura de dos casas, del Uru-guay, casa de Ejercicios, que surgió como hija no deseada, no entra dentro de estos límites. Sí puedo decir que donde Dios me llevó, todo fue PRESENCIA Y GRACIA, ternura gratuita, for-taleza, días maravillosos que fueron y son VIDA-ALEGRÍA-ESPERANZA, por eso digo e in-vito a decir “Gracias, Señor, por tu amor”…

“…El gozo más hondo, la experiencia más cálida de la Eucaristía que he tenido a lo largo de mi vida de profesa ha sido el regalo que me hizo el Señor de abrir en seis ciudades y países dis-tintos, seis sagrarios, de ponerlo en seis custodias a la adoración de la Comunidad y de los fie-les. No encuentro palabras para poder expresar la felicidad y alegría íntima experimentada en estas ocasiones, es algo grande y hermoso que se vive y se experimenta en comunidad, algo que se siente muy muy hondo, que no se puede expresar.” Hasta aquí la misma Angélica.

Hasta los cien años estuvo a cargo de las Comunidades Cristianas en el Centro, aunque ya oía poco y empezaba a dar señales de envejecimiento. Lo que más le costó fue la sordera, que la aislaba de participar en la comunidad. Seguía yendo al comedor aunque no pudiera oír, y generalmente no preguntaba para no ser molesta, según decía. Se levantaba al alba, era la primera que bajaba a la Igle-sia para rezar, se regalaba más de una Misa diaria, y procuraba terminar el día a los pies de Jesús en el sagrario del Oratorio, aunque ya sus rodillas le fallaban. No dejaba de arrodillarse ante el Señor durante la consagración, aunque tenía 106 años.

Los últimos meses fueron de un gran despojo. Sin embargo no perdió el estar siempre agrade-cida, bendiciendo al Señor por lo bien que era cuidada, agradeciendo a las hermanas de la comunidad y a las enfermeras. Le costó entregarse, temía el paso final. La acompañaron mucho algunas de sus sobrinas, que admiraban en Angélica su entrega, su estar pendiente de los demás, la fortaleza que demostraba y el afán porque todos conocieran y amaran al Señor.

Angélica fue un regalo muy grande para nosotras, que este año celebramos los cien años de la llegada de las primeras hermanas a nuestro suelo. Esperamos que desde el cielo nos siga animando a una entrega cada vez más radical al Señor que dé fruto abundante.

La encomendamos y nos encomendamos a ella con todo cariño, un abrazo,


M.J.LL. ACI.